Hace unos días, un jugador alevín me dijo una frase que me hizo reflexionar: «Profe, cada día me sale todo más natural». Cuando yo le pregunté cómo y por qué había conseguido sacar tan bien la pelota jugada desde su demarcación lateral bajo la presión del rival durante el partido, este me contestó esa magnífica frase. Hasta ese día, el jugador tenía serias dificultades para jugar el balón desde su posición y no recurrir al despeje directo e inmediato; le costaba en los entrenamientos pero sobre todo en los partidos, donde los nervios te envuelven. Esta circunstancia que afectaba al jugador consiguió que yo valorara aún más el mérito de su evolución; el hecho de que lo hiciera en un partido y en repetidas ocasiones me demostró que no solo había aprendido sino lo que es más importante todavía, lo había aprehendido, lo había hecho suyo. Mi confianza en él me permitía saber con anterioridad que conseguiría su objetivo siempre y cuando se dejase llevar por el juego.

Podríamos afirmar que cada acción individual es una representación abreviada del juego completo, pero no podemos decir que ninguna de las conductas que se desarrollan en el fútbol tienen carácter aislado, pues todo lo que se presenta en un terreno de juego debe tener conciencia colectiva para darle significado a la palabra equipo.

Un equipo es una totalidad que muestra una sola conducta general: querer la pelota para meter gol. Desear la pelota para lograr el fin por el cual superas al rival, requiere dos actitudes: actitud con posesión del balón y sin ella. Aunque siempre se diferencie y separe entre defensa y ataque, particularmente intento no desligar esos dos términos, porque no hay transición entre ellos, sólo un cambio de rol o de actitudes con o sin balón. Cada pase, la forma de relación entre jugadores y cada intervención individual dentro de lo colectivo está marcada por la naturaleza del juego impuesta por el propio imprevisto que nutre este deporte.

¿Quién puede garantizar previamente y con exactitud lo que puede resultar de un innumerable cúmulo de interacciones que se encuentran dentro de un contexto puramente dinamizado? Nadie.

La naturaleza del juego. Eso es a lo que no atendemos por culpa de nuestro gran empeño por el control de lo que acontece en el verde. ¿Seríamos más felices si supiéramos todas y cada una de las jugadas que se pueden dar? ¿Somos felices pretendiendo desnaturalizar el juego? ¿Sería el fútbol igual de atractivo si todo estuviese preparado? Lo inesperado, lo natural, lo talentoso; es el producto de una manifestación azarosa y caótica dentro de un marco no lineal. Porque nunca se repite, nunca hay dos jugadas iguales. Los jugadores deben aprender a convivir entre ese orden brillantemente desordenado para destacar sus cualidades en un contexto de libertad. La real esencia de la naturaleza del juego es que el jugador se sienta libre jugando. No puede estar prisionero de todo lo que diga su técnico. El jugador de fútbol siempre quiso ser independiente a la hora del partido.

En el ejemplo de mi jugador que antes no había interiorizado el concepto: “juega fácil” y no sabía sacar la pelota jugada coherentemente, podemos observar que se da un proceso autorregulador en su aprendizaje otorgado por la experiencia progresiva de jugar “en, por y para” el equipo. ¿Por qué lo que antes es complejo para él, ahora le sale fácil y tiene sentido natural?

Posiblemente esa naturalidad adquirida tenga que ver con la asimilación de jugar para hacer juego, y tenga su génesis en la interpretación y aceptación del gran campo de relación entre compañeros en el que está involucrado como jugador. Ha ganado autoconfianza al sentirse respaldado por la unión que nace de las conexiones entre los apoyos de sus iguales. El esfuerzo por cooperar en cada jugada hace que no piense en caer en el error. Le da ímpetu hacia el acierto. Él participa debiéndose al respeto de los miembros de su equipo por sus cualidades propias, sabiendo también adaptar estas a ese gran campo de interacciones. Para comprenderse singularmente, mi jugador primero ha tenido que comprender y ser partícipe de la totalidad como parte de ella, para posteriormente reproducir singularidad y totalidad a la vez. Todo jugador debe aprender a amoldar su conducta a las necesidades o emergencias que le pide el juego. Esto le capacita de un rol que lo define según requiera la situación. Lo hace natural y dinámicamente impredecible.

«Cada célula es una parte de un todo –el organismo global- pero todo está en sí mismo en la parte: la totalidad del patrimonio genético está presente en cada individuo, en tanto que un todo a través de su lenguaje, su cultura, sus normas» (Edgar Morín).         En un equipo debe conocerse y debe saberse por todos y cada uno para qué se juega, hasta tener un fin natural como resultado de asentar esas bases. Las normas de actuación y entendimiento mediante “lenguaje y cultura” que ellos mismos han creado y han hecho “propio”, son una herramienta para la comunicación entre las piezas que forman un grupo. Esto hace potenciar la naturaleza individual y colectiva del sistema social que forman.

Volviendo al tema, nos preguntamos: ¿Y cómo enseñamos al jugador a tener esa naturalidad? Pues no diría que se enseña, sino que fluye por sí misma cuando el jugador ha incorporado inconscientemente los diversos conceptos explicados anteriormente. La naturalidad no se impone, no se alcanza planteándola. Es la clave del sistema por el que se rigen las relaciones entre los varios individuos de un colectivo, para primero y fundamental, lograr optimizar el cometido por el cual se juega. Después se puede llegar a la excelencia, no siendo parte de la regla, sino de la excepción. Pero ese es otro capítulo del que los genios son los protagonistas.

No pretendamos y no confundamos términos, tendiendo al automatismo. El entrenador no puede imperar sobre el jugador. Formando jugadores de manera autómata se suprime el pensamiento de estos, así como la reflexión como sabedor (del propio jugador) del propósito por el cual ha hecho una determinada acción. Los jugadores no son máquinas o robots que están programados para realizar cierta tarea en cierto momento. Estos se comportan como una red compleja que se tienen que interpretar entre sí para que la jugada que están construyendo lleve sentido para desarrollar la siguiente. Como señala Óscar Cano: «Cada intervención, lleva implícita la acción posterior para el que recibe el balón». Jugar de memoria y con la memoria para lograr la tendencia impensada o natural. «Tocarla mucho y tenerla poco» (Menotti), para paliar el ego del jugador y favorecer el juego entre jugadores. «Ningún jugador es tan bueno como todos juntos», Alfredo Di Stefano tiene muchísima razón con esa frase.

En fútbol base, yo proclamo lo siguiente: «coged un balón y diviértanse», porque con sufrimiento y desidia no se puede jugar bien y menos ser natural. Los resultados vienen de la mano de unos buenos principios con la pelota, pero esto quizás no interese a los resultadistas sin principios.

Dentro de un mundo de ideas preconcebidas, el técnico que tiene una idea diferente al resto o a la mayoría, desata enemigos. No es comprendido. De alguna forma es condicionado a la fuerza dentro de su propia labor; porque no olvidemos que al fin y al cabo lo importante de este juego es ganar, «pero mientras se perciba la derrota como catástrofe, o el míster se juegue el cargo en cada partido, triunfará el control sobre la libertad» (Valdano). El apunte de Panzeri en 1967 confirma lo que pasa a día de hoy con el fútbol moderno y la parafernalia mediática: «cuanto más hay en juego, menos se juega». Y corren tiempos en los que «el fin justifica los medios» (Maquiavelo) dentro del mundo de los entrenadores, ya que si «tú me condicionas, yo te condiciono, como humanos que somos, somos seres condicionados y condicionadores» (Juanma Lillo).

Lo que no puedo llegar a entender es que estas controversias sucedan también en fútbol base, donde cada vez hay más entrenadores preocupados por el “ganar a toda costa” y menos por el aprender como formadores y el hacer que aprendan sus pupilos. En el fútbol a veces se gana y siempre se aprende.

Me reafirmo con lo que argumenta Paco Seirul·lo: «a los muchos osados y estudiosos del fútbol, les propongo navegar en el mar de la incertidumbre, de lo inesperado, de llegar a desestimar la seguridad del dato, la división de lo indivisible, de lo costoso que puede ser tratar  a sus jugadores como humanos inteligentes, para desear fehaciamente llegar a perder el control del equipo en beneficio del arte y lo desconocido», en resumen: de la naturaleza pura y dura del fútbol.

JESUS MARTOS TORRALVO @jesuSmt92
Granada
Entrenador de fútbol base y Técnico Superior en actividades físico-deportivas